Gonzalo Alvarado Ayala es un agricultor orgánico, certificado desde el año 2010. Proviene de una familia de pequeños agricultores, tradición que él ha continuado en su predio de 7 hectáreas en Melipilla, donde desarrolla la horticultura orgánica. Gonzalo nace el año 1969 en esta zona, su familia originaria de Mallarauco y Carmen Bajo se estableció en la localidad en esa década. Una de las razones del porqué Gonzalo es productor orgánico proviene de su herencia campesina, señala que para él no ha sido nada complejo entender y adoptar las técnicas y lógicas de la agricultura agroecológica, pues esta se fundamenta en pilares similares a la agricultura tradicional campesina “en la agricultura de mis padres”, basada en el barbecho y en la alternancia de cultivos.
Relata que trabajó 20 años vendiendo frutillas a una cadena de supermercados, lugar donde conoce a un productor orgánico, quien lo introduce a este tipo agricultura. Ahí nace su interés en trabajar formalmente en la agricultura orgánica. Sus motivaciones de transitar hacia la agroecología, descansan, por una parte, en una oportunidad de negocios, pero por otra, en activar y poner en práctica el patrimonio agroalimentario de su familia y comunidad. El camino, señala Gonzalo, es más lento que en el caso de los cultivos convencionales, pues no se “rentabiliza” tanto el campo (al no generar dos cultivos anuales).
Por ejemplo, el proceso de certificación de un negocio orgánico, bajo la Ley 20.089 (que crea el Sistema Nacional de Certificación de Productos Orgánicos Agrícolas), demora alrededor de 3 años. El primer año está destinado a la certificación del campo, en donde se espera que este quede limpio de los químicos remanentes. Durante el segundo año ya es posible vender como orgánico “en transición”, y finalmente en el tercer año se pueden vender productos orgánicos certificados. Este proceso de certificación exige también un registro a través de un cuaderno de campo, donde se deja constancia de todas las actividades prediales. A pesar de este largo y engorroso camino, Gonzalo señala que los resultados son significativamente mejores que en la agricultura convencional, sobre todo en términos de la calidad de los productos, también por el cuidado de la tierra y las condiciones ecológicas del entorno, elementos que son importantes para él.
El productor indica también lo difícil de ir en sentido contrario del resto de los agricultores. Relata cómo en los años 80 equipos técnicos llegan a la zona, ofreciendo paquetes completos: abono y pesticidas. Como consecuencia de esto el rendimiento de los cultivos fue mucho mayor. No obstante este escenario aparentemente auspicioso, empiezan registrarse enfermedades entre los agricultores, degradación de los suelos, perdida de especies que antes se observaban en los cultivos, entre otras situaciones complejas.
Desde el punto de vista de los desafíos a futuros, Gonzalo señala las brechas que existen entre productores orgánicos y potenciales consumidores. Un sistema alimentario que en sí mismo supone una cadena de valor importante (por sus beneficios ambientales y sociales), debería acceder a mercados más atractivos y seguros. Aquí es donde el Estado podría jugar un rol más activo en incentivar el consumo de este tipo de productos en la población. El entrevistado señala la ausencia de un mejor trato hacia los productores orgánicos por parte de agencias públicas sectoriales, las excesivas barreras de entrada y la falta de incentivos públicos para que pequeños y medianos agricultores transiten hacia formas de producción más sustentables.
El caso de Gonzalo Alvarado da cuenta de un proceso de adaptación de prácticas tradicionales de producción de alimentos, a un ámbito más “técnico”, como la agricultura orgánica. Es un caso concreto de cómo formas de vida profundamente arraigadas en la identidad campesina de la región Metropolitana, son resignificadas y revalorizadas, mediante su incorporación a nuevas tecnologías y proyectos de innovación. Bajo un escenario de crisis socio-ecológica, estas nuevas prácticas de producción constituyen un ejemplo de resiliencia.
Dentro de los compradores a los que abastece la Chacra el Alto, se encuentran Cholitas del Cacao y la Cooperativa Huellas Verdes.